Y si… ¡Buceé!

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Desde que era niña y veía en la tele los programas donde salían buzos disfrutando el increíble mundo submarino, siempre pensé: “Algún día bucearé.” Esto es, hasta que alguien en alguna ocasión me dijo todo lo complicado y peligroso que era, y mi Yo miedosa decidió tachar la buceada de la lista. Pensé que con verlo en la tele y hacer snorkel tendría suficiente.

Hace dos meses tuve la oportunidad de estar en un lugar hermoso con toda mi familia: Akumal, Quintana Roo, conocido como “lugar de las tortugas.” El buceo superficial o snorkel resulto ser increíble ya que el lugar donde nos quedamos (Akumal Beach Resort) tiene un arrecife de coral justo frente a su playa y uno puede salir a hacer snorkel y ver tortugas, mantarrayas, corales y peces hermosos.

En verdad yo estaba completamente maravillada con todo lo que estaba viendo y en eso me dice Miguel mi hermano:

-¿Quieres ir a bucear? Te dan una clase con lo mínimo indispensable para que tengas una primera experiencia y ya si te gusta pues después te certificas.

En automático me acordé de todos los peligros y complicaciones… que si bajas muy rápido, que si se te truenan los oídos etc… PERO estaba viendo cosas tan bonitas que mi Yo no-tan-miedosa dijo “¿Por qué no?” y con eso quedo decidido todo, iría a tomar mi clase al día siguiente.

La clasecita que fue un video de 20 minutos y una práctica de otros tantos minutos resulto ser un repaso detallado de todos mis miedos. Básicamente te explican que hacer si se te desprende la máscara de oxígeno, y como sacar el agua de tu visor debajo del agua. En los días previos de snorkel ya había yo tragado bastantita agua salada, entonces nada más de pensar que abajo del agua me podía pasar lo mismo que arriba con el snorkel me empezó a doler el estómago.

Con la práctica en el mar, la cosa fue de mal en peor. Para empezar tuve que meterme en un traje de buzo completo, parada en traje de baño, rodeada por un círculo de personas, entre los que me estaban ayudando y los que pasaban por el lugar. Creo que casi cualquier mujer mayor de 40 años entiende perfecto esta situación, tuve que tragar bolitas y pretender que todo estaba perfectamente bien y no me daba nada de pena. Ya una vez con el equipo que pesa un buen, caminamos hacia el mar y nos metimos hasta que el agua me llegaba a los hombros. Ese día hacia algo de viento y el agua del mar estaba un poco rebotada. Y… ¡a practicar se ha dicho!

Los ejercicios básicamente eran repetir lo que ya habíamos visto en el video. Recuperar el oxígeno y sacar el agua del visor abajo del agua. Para poderlos realizar era necesario ponerse de rodillas para que el agua me cubriera la cabeza. Paso siguiente era retirarme yo misma el oxígeno, dejarlo flotar y recuperarlo. Tengo que admitir que he reflexionado mucho sobre este ejercicio en particular ya que me daba un miedo horrible retirarme el oxígeno, lo cual es un poco absurdo porque lo único que tenía que hacer para salir a la superficie era pararme. Y aunque en mi mente me quedaba muy claro que no había peligro, que solo me paraba y podía respirar normalmente, mi cuerpo se negaba a retirar el oxígeno bajo el agua. Fue entonces que empecé a pensar en los miedos y en cómo estos nos paralizan.

El maestro, un hombre italiano de nombre Alejandro, me tuvo tooooooda la paciencia del mundo. Yo no me retiraba el oxígeno, salíamos a la superficie, me explicaba de nuevo lo que tenía que hacer, yo le explicaba que si entendía pero que simplemente no podía.

Entonces de pronto escuche una voz en mi mente que decía: “Date cuenta que este es un miedo que tu elegiste, no es necesario atravesarlo, puedes renunciar a él en cualquier momento.” A partir de ese instante, ese se volvió mi mantra: puedesrenunciarencualquiermomento-puedesrenunciarencualquiermomento… Y al estar segura de esto, pude empezar a seguir las instrucciones de Alejandro. Dominé el primer ejercicio y era hora de practicar llenar de agua el visor para luego sacársela bajo el agua.

En el primer intento me entro toda el agua por la nariz y decidí que ESE era el momento de renunciar. Para esto omití contar sobre los botoncitos rojo y gris para inflar o desinflar un chaleco y así flotar o hundirse según se desee. Así como el hecho de que cuando uno está bajo el agua no puede hablar y todo es a través de señas que haces con el instructor. Entonces, estar pendiente del oxígeno, del visor, del botoncito gris y del rojo así como de seguir las señas, de momento me pareció demasiado. Nunca me acordaba cual era la seña de inflar y cual la de desinflar y esto me ponía muy nerviosa. Un poco fastidiada por mi experiencia cero placentera le dije a Alejandro:

-Hasta aquí llegué, ¡Gracias!

-Pero… ¡Cómo! Si todavía no haces nada, todavía no puedes saber si te gusta o no.

Oh Dios, aparte necio el hombre. Ok, decidí seguir con la seguridad de que si REALMENTE me quería ir lo podía hacer en cualquier momento. Termine la práctica, me salieron bien todos los ejercicios pero nunca pude memorizar cual era la señal de botoncito rojo y cual la de botoncito gris. Regresamos a la playa donde me esperaba Miguel mi hermano para acto seguido subirnos en una lancha e ir a bucear. En lo que salimos nos dijeron que como hacia viento no se podía salir a bucear ese día… (Hubo un mega grito de ¡Yessss! en mi interior), con esto, quedaba liberada… no tenía que ir a bucear más.

Alejandro se disculpó y nos dijo que regresáramos al siguiente día. Para mis adentros pensé “ni loca” pero le di las gracias por toda su paciencia y me fui. Le agradecí a Miguel su invitación y le dije que la buceada no era lo mío, que no quería regresar. Él, con su habitual manera calmada me dijo: “¿QUEEEEEE? ¿YA HICISTE LO MÁS DIFÍCIL Y NO VAS A BUCEAAAAAAR?” Regrese al hotel y me olvide del numerito. Bucear volvía a desaparecer de mi lista y con eso, me quede muy tranquila.

La siguiente vez que salí a hacer snorkel vi cosas tan bonitas que me convencí a mí misma de que debía ir a bucear. Le dije a Miguel y quedamos con Alejandro para el siguiente día. Esta vez fui más lista con mi elección de traje de buzo, solo hasta las rodillas, me lo puse de volada, ¡cero vergüenzas! Pero la verdad de las cosas es que tenía TANTO miedo como el primer día, si no es que más. Iba casi a rastras, esforzándome por dar cada paso e impacientando a Miguel por decirle N veces que no estaba segura de si quería bucear o no. Pero seguía con todo el procedimiento, me dejé poner el equipo, caminé al mar y me subí a la lancha.

Cuando llegó la hora de aventarse para atrás desde la orilla de la lancha, yo todavía estaba debatiéndome entre si me atrevía o no. La verdad estaba muerta de miedo de que me fuera a ganar la ansiedad abajo y me diera por salir disparada a la superficie. Como sea, miedo y todo, me avente de espaldas. Una vez en el agua Alejandro me explicó el plan… íbamos a ir sumergiéndonos, sujetados de una soga, despacio y él me iba a preguntar si yo estaba bien (con señas, claro), descomprimía oídos y si todo estaba bien bajábamos un poco más.

Solo pude seguir la rutina una vez y después salí como gato que cae en el agua hasta la superficie y respire como si no fuera a respirar nunca más. Alejandro con la paciencia agotada en la mirada me preguntó que qué me pasaba y yo simplemente le dije que no podía, que tenía miedo.

Armándose -él de paciencia y yo de valor- me dijo: “Vamos a intentarlo de nuevo, me vas a ver a los ojos y vas a respirar con calma.” En verdad no me dejo mucha opción a nada más. Que aunque sé que si en realidad hubiera querido me hubiera salido en ese momento.

Lo intenté una vez más. Poco a poco, viéndolo a los ojos, agradeciéndole a Dios por la paciencia de éste hombre. Y así, sin más, empezamos a descender lentamente. Cerciorándose él de que yo estuviera bien cada minuto.

No voy a decir que el miedo se me quito de inmediato. No soltaba con una mano el visor y con la otra el oxígeno. En el trabajo que estoy haciendo de Paul Ferrini se invita a ESTAR con el miedo, no a evitarlo, no a negarlo, no a ver el lado “positivo.” Entonces una vez más practiqué simplemente ESTAR con éste miedo y respirar haciendo conciencia en mi corazón, en ese lugar donde yo sé que todo ESTÁ BIEN.

Poco a poco fui relajándome al centrarme en mi respiración y al empezar a disfrutar la belleza del mundo submarino. Está por demás decir que la buceada valió la pena todos mis miedos. Sería un poco fantasioso querer describir con palabras lo que viví abajo del agua, pero intentaré describir mi primera experiencia de buceo.

Bucear fue para mí como una meditación en movimiento. Al estar debajo del agua el ritmo cambia, se vuelve más lento, más suave. Visualmente se despliega ante tus ojos un espectáculo natural increíble, pero así, lentamente, a su ritmo… como si te diera el tiempo de ir digiriendo imagen por imagen.

Los movimientos propios también se suavizan, se vuelven más armoniosos y pausados. Auditivamente ¡pasa algo maravilloso! Lo único que escuchas es el ritmo de tu respiración. De alguna manera es como un ejercicio de “mindfulness” en el que estas consciente de cada respiro, de cada movimiento, de cada imagen. Buceando se está en el aquí y en el ahora. Simplemente ¡es una experiencia inolvidable!

Y así, al estar disfrutando cada segundo de pronto era tiempo de regresar. Perdí noción del tiempo pero después supe que duré 42 minutos bajo el agua. ¡42 maravillosos e inolvidables minutos! Agradezco infinitamente a Alejandro que me llevo un poco más allá de lo que yo quería y a Miguel, mi querido hermano, que gracias a su invitación, motivación y compañía, la buceada regreso a mi lista.

También agradezco el aprendizaje. ¿Qué tal si estos miedos opcionales- a los que uno puede renunciar- son la oportunidad que nos da la vida de practicar como atravesar nuestros miedos? Al permanecer con mi miedo en plena consciencia de su existencia me fue posible atravesarlo y superarlo. Espero que esta práctica, misma que yo decidí realizar me sirva cuando en la vida se me presente un miedo real e inevitable. ¡Gracias por leerme!

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